Hitler: hombre y circunstancia:
En nuestro siglo, ningún nombre ha sido tan denostado como el Adolf Hitler, ninguno se emparenta tan perfectamente con la crueldad y el terror. Invocando ese fatídico nombre se asesinó a millones de inocentes en los campos de concentración, se sacrificaron legiones de jóvenes soldados en los campos de batalla, se destruyeron países enteros y se aniquilaron culturas de un plumazo. Las imágenes de espanto y bestialidad producidas por el nazismo han conmovido durante décadas al mundo entero y así seguirá siendo mientras quede un ápice de cordura en la mente de los hombres o una sombra de sentimiento en sus corazones. 
Adolf Hitler nació a las seis y media de la tarde del día 20 de abril de 1889 en Braunau an Inn, Austria, que situado en las márgenes del río Rin formaba la frontera misma entre Austria y Baviera., en el seno de una familia clase media. El padre de Adolf, Alois Hitler, era un funcionario de aduanas, violento, alcohólico y mujeriego, propinador de golpizas a sus hijos y a su esposa y de quien se dice terminó sus días en un manicomio.
Su madre, Klara Pölz, tercer matrimonio de Alois, muere a los 47 años de edad después de tener 6 hijos de los cuales sólo 2 llegarían a la mayoría de edad: Adolf y su hermana Paula. Esto la torna una mujer sobreprotectora.
Primeros años en la vida de Adolfo Hitler
Adolf Hitler fue un pésimo estudiante al que le resultó imposible culminar la escuela media. Su afición por la pintura lo conduce a intentar en dos ocasiones ingresar a la Academia de Bellas Artes austriaca,siendo rechazado en ambas oportunidades y tildado de mediocre (una vez en el poder y tras someter a Austria, ordena personalmente a sus SS –Schutz Staffel- el asesinato del director de la Academia, entre otros).
Sin estudio, sin solvencia económica y sin trabajo, su destino inexorable es la miseria. Fue un vagabundo andrajoso, pelilargo, barbudo y sucio, durmiendo en la calle o en refugios públicos durante varios años. Los pocos trabajos que lograba conseguir de barrendero, obrero en alguna fábrica o changarín en los trenes, eran breves pues lo despedían prontamente por su ineptitud para las tareas físicas.
Su mudanza a Munich no cambia su mendicidad, que durará hasta 1914. Huye de la conscripción militar durante años hasta que al presentarse es rechazado por su físico despreciable.
La Europa en que vino al mundo Hitler, la que andando el tiempo habría de destruir, daba una impresión de estabilidad y permanencia en la época del nacimiento de Adolfo.
La casa de Austria, la más antigua de las poderosas dinastías europeas reinantes, que había sobrevivido a los turcos, a la Revolución Francesa y a Napoleón, era una garantía visible de continuidad.
El emperador Francisco José había celebrado ya el cuadragésimo aniversario de la ascensión al trono y aun le quedaba mas de un lustro de reinado.
Las tres repúblicas que Hitler habría de destruir (Austria, Checoslovaquia y Polonia) no existían aun. Cuatro grandes imperios (el de los Habsburgo, el de los Hohenzollern, el de los Romanov y el Otomano) reinaban sobre la Europa media y Oriental. La Revolución bolchevique y la Unión Soviética ni siquiera las imaginaban los europeos. Rusia era todavía la de los zares. En el verano del mismo año de 1889, Lenin, un estudiante de 19 años, en conflicto con las autoridades, huía con su madre de Kazan a Samara. Stalin era el hijo de un padre zapatero remendón de Tiflis, mientras Mussolini, de seis años, era a su vez el hijo de un modesto herrero que vivía en la Romaña desierta.
Se me ocurren muchas preguntas sobre este personaje histórico. Creo que nunca llegaremos a saber si sus actitudes eran las de un cínico maquiavélico o las de una persona poseída de pre conceptos, temores y resentimientos.
Si como todos decían no tenia moral y era un criminal, ¿ cómo pudo conquistar primero a los alemanes y después a una parte considerable del mundo?, ¿ podría haberse Hitler desarrollado en otro lugar que no fuese la Alemania de esa época?. Tendremos que demostrar con este trabajo si su accionar fue solo por la locura del poder desmedido o por un miedo oculto que el albergaba profundamente. Hiltler era una apasionado al siglo XIX y odiaba todo lo moderno, pero ¿era esto tan así?.
Hitler, Hombre y Circunstancia
Adolf era hijo de Alois Hitler y de Klara Poelzl. Su infancia se desarrolló entre un padre duro y pasional y una madre 23 años más joven que el marido, bondadosa y prematuramente envejecida. Llega mas tarde el tiempo de las decisiones: la muerte del padre, la tuberculosis, mal de familia que lo inmoviliza durante meses en el lecho, el desaliento escolar y el fracaso que nunca le permitirá obtener un certificado de estudios, el malestar económico que se crea en esta familia burguesa y sobre todo, la decisión de partir a Viena para realizar su vocación artística inscribiéndose en la academia de Bellas Artes, a pesar de que su madre estaba gravemente enferma.
Será reprobado en el examen de ingreso por dos años consecutivos y no podrá ser admitido en la facultad de arquitectura por carecer de certificado de estudios. Inicia así un periodo oscuro de vagabundeo y decadencia social, lejos de la familia y con su madre muerta.
Hitler conservaba, aún en el fondo de aquel abandono, los valores propios de su clase: orden y decoro; le faltaba solo la disciplina que un carácter intolerante y una educación descuidada no le habían podido proporcionar. De esta lucha por salvar la dignidad, al menos ante los propios ojos, habría extraído una visión darwiniana de la vida, a la que concebía como una lucha perpetua en la que triunfa el mas fuerte y el mas astuto.
Estas terribles experiencias llenaron su vida de odio. Él odiaba a Austria y cruzó la frontera hacia la Alemania que él tanto admiraba. Él escribió:
"Estaba convencido de que el estado de Austria siempre obstruiría a todos los grandes Alemanes... y apoyaría todo lo que estuviera en contra de Alemania... Yo odiaba aquella mezcla de checos, polacos, húngaros, servios, croatas y sobre todo a los siempre presentes judíos. Me convertí en un fanático antisemita."
El odio de Hitler hacia la pobreza, su devoción hacia el legado germano y su odio hacia los judíos se combinaron para formar las raíces de sus doctrinas políticas.
Fenómeno de masas.
El culto al Führer, al conductor, constituyó la nota básica del estado nazi. El saludo formulario y reglamentario "Heil Hitler" fue inventado, según Toland, por Rudolf Buttmann hacia 1925, tras la salida de la prisión; pero su difusión se debió a Goebbels, quien consideró que la repetición en todos los actos contribuiría a convertir al jefe del partido en el caudillo indiscutido. Una vez convertido en dictador de Alemania, esta exaltación alcanzó su paroxismo en las grandes paradas del partido en Nuremberg, y no sólo en el momento en que en la gran tribuna señoreaba con gritos estridentes los micrófonos. La descripción de su intérprete Paul Schmidt lo presenta como dueño de las calles, pastor de las muchedumbres en las aceras. Su coche circulaba lentamente por los barrios viejos durante más de una hora, en medio de aclamaciones de la multitud amontonada al borde de las calzadas: "Las multitudes extáticas, rompiendo en jubilosas aclamaciones ante la aparición de Hitler, ofrecían un cuadro impresionante. Nunca olvidaré la expresión de aquellos rostros; las gentes le miraban extasiadas con una entrega casi bíblica... como si estuviesen hechizadas. Yo lo llamaría paroxismo colectivo. Muchos extendían los brazos en pleno delirio, le apostrofaban enardecidos con alaridos y vítores."
Durante la Segunda Guerra Mundial, en 1941, la Oficina de Servicios Estratégicas Unidos encargó al psiquiatra freudiano Walter Langer un inusual y novedoso experimento: psicoanalizar a Adolf Hitler de acuerdo con la información que sobre su persona podía obtenerse entonces en su entorno, gracias al espionaje. Las conclusiones de su informe constituyen uno de los libros más apasionantes que todavía hoy pueden leerse; su titulo, "La Mente de Hitler ".
Al examinar las pautas de conducta del Führer, tal y como las observan sus colaboradores inmediatos, Langer llega a la conclusión de que no se trataba de una sola personalidad, sino de dos y que se alternaban.
El templario Adolf era un individuo muy suave, sentimental e indeciso que contaba con muy poco energía y que nada deseaba tanto como mostrarse agradable y ser entretenido y cuidadoso. Por el contrario, el soldado Hitler era una persona dura, cruel y decidida, con una considerable energía que parecía saber lo que quería y estaba dispuesto a buscarlo y obtenerlo sin detenerse ante nada.
Hitler era un hombre de pueblo, plebeyo de pies a cabeza, con ninguna de las características de la superioridad racial que invocaba siempre. La oratoria era el medio esencial de su poderío, no solamente sobre sus oyentes, sino sobre su propio temperamento. Demostró siempre recelos por la discusión y la critica, incapaz de razonar fríamente, el solo hecho de que fueran puestos en duda sus propias palabras, o los hechos establecidos por el, le sacaba de quicio, no tanto como consecuencia de inferioridad intelectual como porque las palabras e incluso los hechos, eran para el un medio de comunicación racional y de análisis lógico, sino ardides para provocar y manejar la emoción.
Hitler odiaba lo intelectual. En las masas diría:
"El instinto lo domina todo y del instinto nace la fe.... mientras la gente común de mentalidad sana estrecha instintivamente sus filas para formar una comunidad del pueblo, los intelectuales siguen su propia ruta como gallina en un gallinero. Con ellos es imposible hacer historia. No pueden utilizarse como elemento de apoyo de una comunidad."
Uno de los secretos de su dominio sobre un gran auditorio era su instintiva sensibilidad para captar el estado de animo de la multitud, un cierto olfato para adivinar las pasiones ocultas, los resentimientos y los anhelos que bullían en las mentes.
Uno de sus mas acerbos críticos, Otto Strasser, escribió:
"Hitler responde a la vibración del corazón humano con la sensibilidad de un sismógrafo, que le permite, con una seguridad que ningún don consciente puede proporcionarle, actuar como vocero que proclama los deseos más recónditos, los instintos menos admisibles, los sufrimientos y rebeldías personales de toda una nación. Adolf Hitler entra en una sala, olisquea el aire; durante un minuto tantea, se abre paso, capta el ambiente... y de pronto estalla. Sus palabras van como flecha a su blanco, toca cada llaga en el punto sensible, liberando a la masa inconsciente, expresando sus aspiraciones mas íntimas, hablándole de lo que ella deseaba que le hablase."
La capacidad de Hitler para fascinar a un auditorio ha sido comparada a las artes ocultas del brujo africano o del shaman asiático. Otros la han comparado a la hiperestesia de un médium y al magnetismo de un hipnotista.
Se ha hablado tanto de a naturaleza carismática de la jefatura de Hitler, que es fácil olvidar al político cínico y astuto que había en él. Esta mezcla de cálculo y de fanatismo es la característica peculiar de la personalidad de Hitler.
Cuando Hitler adoptaba racionalmente un camino a seguir, se vapuleaba a si mismo apasionadamente en forma tal que le permitía aplastar toda oposición y que le proporcionaba la fuerza motriz para imponer su voluntad a los demás.
Uno de los manejos habituales de Hitler fue jugar el papel de víctima, acusar a quienes se oponían a él u obstruían sus planes, de agresión y malicia y pasar rápidamente de un tono de inocencia ultrajada al de atronadora indignación. Para el era siempre su contrincante el culpable de todo, y a su vez denunciaba a los comunistas, a los judíos, al gobierno republicano español, a los checos, a los polacos y a los bolcheviques por su conducta intolerable que le obligaba a adoptar medidas drásticas de autodefensa. Cuando Hitler era presa de la cólera parecía perder todo control. Su rostro parecía hinchado por la rabia, gritaba en forma estentórea, escupía un torrente de injurias, agitando salvajemente los brazos y golpeando la mesa o la pared con los puños. De pronto, tan súbitamente como había empezado, se calmaba, alisaba su cabellera, se arreglaba el cuello de la camisa y continuaba hablando con voz normal.
Esta explotación, premeditada y hábil de su propio temperamento se extendía a otras peculiaridades distintas de la ira. Cuando deseaba persuadir o ganar alguien para su causa, era capaz de desplegar un carácter encantador. Hasta los últimos días de su vida conservó un don misterioso que resiste al análisis.
Otra variante de su personalidad era la impresión de inteligencia y de concentrada fuerza de voluntad. Era el líder que dominaba completamente todas las situaciones y que conocía los hechos con tal seguridad que asombraba a los generales y a los ministros a los que citaba para darles ordenes.
Al representar este papel hacia uso de su notable memoria, que le permitía recitar complicadas ordenes de batalla, especificaciones técnicas y largas listas de nombres y datos sin vacilar un momento.
Su rapidez de transición de un estado de ánimo a otro era asombrosa: en un momento dado sus ojos se arrasaban de lagrimas e imploraban y enseguida llameaban coléricos u ofrecían el aspecto vidrioso de la mirada del visionario perdida en el vacío. En realidad Hitler, fue un actor consumado, con el genio histriónico y oratorio necesario para identificarse plenamente con su papel y convencerse de la verdad que estaba diciendo en el momento en que lo decía. Tenia el don de los grandes políticos: captar las posibilidades de una situación con mas rapidez que sus adversarios.
Dilataba los acontecimientos hasta que no estuviera íntimamente convencido pero una vez que se resolvía actuar los hacia valerosamente, asumiendo considerables riesgos. La sorpresa era la forma predilecta de Hitler, tanto en cuestiones políticas y diplomáticas como en la guerra.
No ha habido en la historia régimen político que haya prestado jamas tan cuidadosa atención a los factores psicológicos como la que les dedico Hitler. Este era maestro en el arte de emocionar a las masas, en sus mítines nada quedaba librado a la casualidad, empleaba toda clase de trucos histriónicos para inflamar la tensión emocional. Lograba el efecto hipnótico de millares y millares de hombres desfilando en orden perfecto, la música de bandas compactas, el bosque de estandartes y banderas, las antorchas humeantes y la cúpula de reflectores. La sensación de poderío, de fuerza y de unidad era irresistible y todo ello convergía en un crescendo de excitación en el momento supremo en el que el Führer hacia su aparición. Por paradójico que parezca la persona mas afectada por aquellos espectáculos era el propio Hitler.
Hitler se dio cuenta como nadie antes que el de los que podía lograrse combinando la propaganda con el terror. Porque el complemento del poder atractivo de los grandes espectáculos era la fuerza represiva de la Gestapo, de los S.S. y de los campos de concentración, todo ello fortalecido por una propaganda hábilmente orientada.
"La dictadura de Hitler difirió de todas las que le precedieron en la historia en un punto fundamental: fue la suya la primera dictadura del periodo contemporáneo de desarrollo de la técnica moderna, una dictadura que hizo un uso integral de todos los medios técnicos para la dominación de su propio país. Con el empleo de medios técnicos tales como la radio y los altavoces, 80 millones de seres fueron privados de su independencia mental. Así fue posible someterlos a la voluntad de un solo hombre."
Para utilizar el formidable poder puesto en sus manos, Hitler tenia una ventaja suprema y extraordinariamente rara, carecía de escrúpulos. Era un hombre desarraigado, sin hogar ni familia, un hombre que no conocía la lealtad, que no estaba vinculado a tradición alguna, que no respetaba ni a Dios ni al hombre.
Exigió el sacrificio de millones de vidas alemanas para la sagrada causa de Alemania pero el ultimo año de la guerra estaba dispuesto a destruir al país antes que abdicar de su poderío o de admitir su derrota.
Hitler tenía una desconfianza singular por los expertos. Se obstinaba en permanecer indiferente ante la complejidad de los problemas e insistía, en que cualquier problema podía resolverse solamente con que hubiese voluntad para ello. Schacht, cuyos consejos se negó a escuchar y al que admiraba de mala gana, dijo de él:
"Hitler encontraba con frecuencia soluciones asombrosamente simple a problemas que a otros habrían parecido insolubles. Tenia verdadero genio inventivo... Sus soluciones eran generalmente brutales pero casi siempre efectivas."
Decir que Hitler era ambicioso no expresa la intensidad de la ambición de poder y del ansia de dominación que le abrazaba. Era la voluntad de poderío en su forma mas tosca y mas pura, la que no se identifica con el triunfo de un principio, porque el único principio del nazismo eran el poder y la dominación como tales. Durante mucho tiempo Hitler logro identificar su propio poder con la recuperación de la antigua situación de Alemania en el mundo y en 1930 muchos hablaban de él considerándolo un patriota fanático; pero tan pronto como los intereses de Alemania empezaron a diferir los de su propio interés, desde el principio de 1943 en adelante, su patriotismo apareció en su verdadero valor: Alemania, como cualquier otra cosa del mundo, era solo un vehículo de su propio poder, al cual era capaz de sacrificar con la misma indiferencia con que sacrificaba las vidas de los que enviaba al frente.
Está tan marcado el resentimiento de la actitud de Hitler, que permite suponer que fue en sus primeras experiencias recogidas de los días de Munich y Viena, antes de la guerra, cuando surgió su deseo vehemente de vengarse de un mundo que lo había despreciado e ignorado. No menos impresionante era su constante deseo de ser objeto de alabanzas. Su vanidad era insaciable y la adulación más torpe la recibía con la complacencia de un homenaje que le fuera debido.
Hiler llegó a creer que él era un hombre con una misión, determinada por la Providencia, y por lo tanto excento de los cánones de conducta de un ser humano normal. Hitler representó su papel "histórico- universal" hasta el último momento, que fue terriblemente amargo. Pero esta fe lo había deslumbrado y cegado ante lo que verdaderamente estaba sucediendo y lo condujo a la arrogante sobre estimación de su propio genio, que lo llevó a la derrota. El pecado que Hitler cometió fue aquel que los antiguos griegos llaman hybris, el pecado de orgullo, de fanfarronería trágica, de creerse un ser sobre humano. Si alguna vez un hombre fue destruido por la imagen que de si mismo había creado, este hombre fue Hitler.
Con las dos únicas mujeres que Hitler demostró mas que un simple interés, fue su sobrina Geli Raubal y la mujer con quien se caso el día antes de suicidarse, Eva Braun.
La habilidad de tomar y sostener una superioridad decisiva en la lucha por la existencia, Hitler la expresaba en la idea de la raza, cuyo papel es tan central en la mitología nazi como la clase en el marxismo.
"Todo la que la humanidad ha alcanzado, ha sido debido al trabajo de la raza aria: fueron los arios lo que establecieron el área de trabajo y erigieron los muros de las grandes estructuras de la cultura humana."
La creencia de Hitler en la raza, podía ser empleada tanto para justificar el derecho del pueblo alemán a imponerse sobre seres inferiores tales como los rústicos eslavos y los degenerados franceses, como el derecho de los nazis, que eran los representantes de una élite, seleccionados y probados en su lucha por el poder, de gobernar sobre el pueblo alemán.
Lo que Hitler trataba de expresar en su uso de la palabra raza, era su creencia en la desigualdad, tanto entre personas como entre pueblos, como otras de las férreas leyes de la naturaleza. Era apasionadamente contrario a las doctrinas igualitarias de la democracia en todos los campos, económico, político e internacional. Para Hitler la debilidad de la democracia radicaba en que engendraba irresponsabilidad dejando siempre las decisiones a cargo de mayorías anónimas, evitando así resoluciones difíciles e impopulares. Al mismo tiempo el sistema de partidos, la libertad y discusión y la libertad de prensa minaban la unidad nacional. Habitualmente decía el Führer que la discusión era corrosiva. Aseveró un día a las Juventudes de Hitler:
"Tenemos que aprender nuestra lección. Una sola voluntad debe dominarnos, debemos una sola unidad, fundirnos en una sola disciplina, una sola obediencia, una sola subordinación debe impregnarnos completamente a todos, porque por encima de todos nosotros esta la nación."
Del mismo modo que Hitler asignó al ario todas las cualidades y éxitos que él admiraba, así todo lo que odiaba se personificaba en el judío. Cualquiera que sea la dirección del pensamiento de Hitler, tropezaba con la figura satánica del judío, el judío es el chivo expiatorio universal. Una de las frases favoritas de Hitler era:
"El judío es el fermento de descomposición de los pueblos, a diferencia del ario, el judío es incapaz de fundar un Estado e incapaz así mismo de crear nada, solo es capaz de quitar de robar o de destruir imbuido por el espíritu de la envidia".

La guerra. En los años treinta del siglo XX, ni Alemania, ni Italia, ni Japón, ni la URSS estaban satisfechas con las condiciones impuestas por la conferencia de paz de París de 1919. Estos países iniciaron una política expansionista y de desquite sin respetar dichos acuerdos. En contrapartida, el temor a una nueva guerra y los conflictos internos, provocados o aumentados por la depresión económica de 1929, frenaron a las democracias. Hitler, aprovechándose de la coyuntura internacional, llevó adelante su plan de crear la Gran Alemania. En agosto de 1939 Hitler selló con la URSS el Pacto de Munich de no agresión. Sintiéndose, pues, segura respecto a la URSS, el 1 de septiembre de 1939 Alemania invadió Polonia. Como respuesta, Francia y el Reino Unido declararon la guerra a Alemania el 3 de septiembre: la Segunda Guerra Mundial había comenzado. Ocupada Polonia, Hitler lanzó a sus ejércitos (contaba con más de un millón de hombres, divisiones acorazadas y la potencia aérea de la Luftwaffe) sobre Dinamarca y Noruega en abril de 1940. Vencidas éstas, atacó los Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo y, finalmente, Francia, a la que venció en Dunkerque (mayo de 1940). Poco a poco, los alemanes se adueñaron de casi toda Francia: París caía el 13 de junio y Verdún dos días después. Sólo el sur quedó libre de la ocupación. Allí se estableció el gobierno de Vichy, presidido por el mariscal Pétain (1856-1951), que inauguró un régimen de talante autoritario y colaboracionista. Hitler había conseguido su objetivo en el occidente europeo: apoderarse de la costa atlántica para, desde ella, lanzarse contra el Reino Unido y, derrotado éste, proseguir su expansión hacia el este. Pero tras la fallida invasión de Rusia y la entrada de los Estados Unidos en la guerra, los ejércitos alemanes cosecharon una derrota tras otra y el sueño megalómano de Hitler comenzó a desvanecerse. En la imagen, Hitler tras la ocupación de París.
A traves de las leyes de Nuremberg de 1935 y del pogrom de noviembre de 1938, hasta la destruccion del Ghetto de Varsovia y los campos de muerte de Mauthausen y de Auschwitz, el propósito de Hitler era claro e indiscutible. Se trataba de exterminar a la raza judía en Europa, empleando el concepto exterminio, no en un sentido metafórico, sino preciso y literal. Cerca de 12 millones de personas, incluyendo a seis millones de judíos, fueron exterminados en el terrible suceso conocido como Holocausto nazi. La historia registra pocos crímenes o acaso ninguno, de tal magnitud y cometidos tan a sangre fría.
La originalidad de Hitler no esta en sus ideas, sino en la forma literalmente terrorífica con que puso manos a la obra para convertir sus fantasías en realidades, en su capacidad incomparable para arbitrar los medios con que desarrollar la tarea. Las cualidades distintivas de su conversación eran la astucia y la brutalidad, una ignorancia enciclopédica y una vulgaridad insondable. Pero esta grosería mental y moral, como la insignificancia de su porte, eran cosas perfectamente compatibles con la brillantez de sus dotes políticas.
Quienes trabajaron junto a él, cualquiera fuese la opinión que ellos tuvieran respecto al hombre, jamás subestimaron el ascendiente que Hitler era capaz de ejercer sobre todos los que estaban en contacto con él.
La prueba definitiva de este ascendiente la encontraremos en las ultimas etapas de esta historia, cuando destruido el prestigio del éxito, con las ciudades alemanas convertidas en ruinas y ocupada la mayor parte del país, esta figura, a quien su pueblo ya no veía ni oía, fue todavía capaz de prolongar la guerra, a traves de la etapa en que todo debía darse por perdido, hasta que el enemigo llego a las calles de Berlín ,momento en que Hitler decidió romper trágicamente el hechizo. En 1945 Alemania se rinde incondicionalmente y en la mañana del 30 de abril de 1945 Hitler se suicida junto a su mujer Eva Braun.
El último día de Hitler
SE DESPIDIÓ de todo el personal del búnker y afirmó: «Hay que aceptar el destino como un hombre». Pidió a su cocinera, Manzialy, que le preparara espaguetis con salsa... El periodista y escritor David Solar reconstruye en su último libro las horas finales de Hitler aquel 20 de abril de 1945...La última vez que vio la luz del día fue el 20 de abril. Con ocasión de su 56 cumpleaños, se dispuso una ceremonia de condecoraciones en el jardín de la Cancillería. Estaba anfermo y envejecido, aparentaba 20 años más. «Encorvado, con la cara abotargada y de un enfermizo color rosáceo... Su mano izquierda temblaba tan violentamente que comunicaba los espasmos a todo su cuerpo...En cierto momento intentó llevarse un vaso de agua a los labios, pero la mano derecha le temblaba de tal manera que tuvo que abandonar el intento...», recordó en sus declaraciones en Nuremberg uno de los presentes.
También sufría espasmos en la pierna izquierda y cuando esto sucedía debía sentarse. Arrastraba los pies y jadeaba en cuanto recorría unos metros. En el atentado de Von Stauffenberg en Rastenburg, en julio de 1944, sufrió importantes daños en los oídos, por lo que sufría mareos y sus andares parecían los de un borracho.
Soñando, temblando de cólera, dando órdenes, haciendo grandiosos planes militares y arquitectónicos, pasó sus últimos 10 días.En el último instante decidió casarse con Eva Braun, su amante desde 1930 y dictar testamento, cuyo mayor énfasis consistía en la defensa de su obra, la justificación de su antisemitismo y en la designación de un Gobierno que mantuviera las hostilidades.
De los momentos finales se conserva una narración muy minuciosa.Hubo una despedida formal de todo el personal del búnker. Una enfermera soltó un histérico discurso, pronosticándole la victoria.Hitler la interrumpió con voz ronca: «Hay que aceptar el destino como un hombre», y siguió estrechando manos.
A mediodía acudió a la conferencia militar. El general Mohnke le comunicó que la infantería soviética presionaba desde el norte y el sur, tratando de cortar en dos el centro de la ciudad, lo único que aún se defendía.
La artillería soviética se había concedido algún respiro por falta de blancos. La inundación de los túneles del metro había frenado a los soviéticos durante unas horas, pero a costa de la vida de millares de berlineses que estaban refugiados en los andenes. Tras el resumen de la situación, Hitler se quedó a solas con Goebbels y Bormann y les comunicó que se suicidaría aquella tarde.
Luego llamó al coronel Günsche. Le ordenó que una hora más tarde, a las tres en punto, se hallase ante la puerta de su despacho.Él y su esposa se quitarían la vida; cuando esto hubiera ocurrido, el coronel se cercioraría de que estaban muertos y, en caso de duda, les remataría con un disparo de pistola en la cabeza. Después se ocuparía de que sus cadáveres fueran conducidos al jardín de la Cancillería, donde Kempka y Baur deberían haber reunido 200 litros de gasolina, según les encargara la víspera, que servirían para reducir ambos cuerpos a cenizas. «Deberá usted comprobar que los preparativos han sido hechos de manera satisfactoria y de que todo ocurra según le he ordenado. No quiero que mi cuerpo se exponga en un circo o en un museo de cera o algo por el estilo.Ordeno, también, que el búnker permanezca como está, pues deseo que los rusos sepan que he estado aquí hasta el último momento».
Luego le visitó Magda Goebbels, que mostraba en su rostro las huellas del sufrimiento, no sólo porque su marido y ella habían resuelto suicidarse, matando previamente a sus seis hijos. Magda, de rodillas, le imploró que no les abandonara. Hitler le explicó que si él no desaparecía, Doenitz no podría negociar el armisticio que salvara su obra y Alemania. Magda se retiró mientras escuchaba el bullicio de sus hijos en las mínimas habitaciones de la primera planta.
Hacia las 14.30, Hitler decidió comer. Eva, pálida y elegante, con su vestido azul de lunares blancos, medias de color humo, zapatos italianos marrones, un reloj de platino con brillantes y una pulsera de oro con una piedra verde, le acompañó hasta el comedor; él vestía un traje negro, con calcetines y zapatos a juego; la nota de color la ponía su camisa verde claro. Eva le dejó ante la puerta del comedor y prefirió volver a sus habitaciones, pues no tenía apetito.
En aquel almuerzo postrero acompañaron al Führer las dos secretarias que habían permanecido en el búnker, Frau Traudl Junge y Frau Gerda Christian y su cocinera vegetariana, Fräulein Manzialy.Fue un almuerzo muy frugal, muy rápido y silencioso. Comieron espaguetis con salsa, en unos pocos minutos y ninguna de las supervivientes recordaba que se hubiera dicho allí una sola palabra.
Terminado el almuerzo, Hitler regresó a sus dependencias, pero en el pasillo se encontró una nueva despedida: sus colaboradores más íntimos le dieron entonces el último adiós. Luego se retiró a sus habitaciones con Eva.
Cuando todos estaban esperando el estampido de un disparo, oyeron voces ahogadas en el pasillo. Magda Goebbels realizaba el último intento desesperado de salvar su mundo, de salvar sobre todo, a sus hijos y forcejeaba con el gigantesco Günsche, que medía casi dos metros, para entrar en el despacho de Hitler.
No logró vencer la oposición del gigante, pero consiguió que transmitiera al Führer un último recado: «Dígale que hay muchas esperanzas, que es una locura suicidarse y que me permita entrar para convencerle».
Günsche penetró en la habitación. Hitler se hallaba de pie, junto a su mesa de despacho, frente al retrato de Federico II. Günsche no vio a Eva Braun, y supuso que se hallaría en el cuarto de baño, pues oyó funcionar la cisterna. Hitler respondió fríamente: «No quiero recibirla». Esas fueron las últimas palabras que se conservan de Hitler. Diez o quince minutos más tarde, entre las 15.30 y las 16.00 horas de aquel 30 de abril de 1945, ya estaba muerto.
Se suicidó de un tiro en la cabeza mientras rompía con los dientes una cápsula de cianuro. Eva Braun murió a su lado tras masticar una ampolla de veneno.
DESENLACE INEVITABLE
La situación a la que había llegado la guerra no le ofrecía más que dos posibilidades: entregarse al enemigo o acabar convertido en cenizas, como finalmente hizo. A comienzos de enero de 1945, la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial era cuestión de semanas. El último contraataque de la Wehrmacht había fracasado en Las Ardenas y los aliados se dirigían hacia el Rhin, mientras en el este, millón y medio de soldados soviéticos arrollaba las defensas alemanas en Polonia y Prusia.
Hitler, sin embargo, se resistía a aceptarlo. Regresó a Berlín desde el Nido del Águila, uno de sus múltiples cuarteles generales, enclavado en los Alpes bávaros. El 16 de enero, su tren cruzó decenas de estaciones en ruinas y sufrió demoras que le parecieron intolerables, debidas a la destrucción sembrada por los aliados.
La Cancillería, muy dañada, disponía de un refugio contra ataques aéreos, que mostró su utilidad cuando los ingleses comenzaron a bombardear Berlín, pero en 1944 se había quedado pequeño y débil ante la frecuencia y la violencia de los bombardeos angloamericanos.Por eso, en el verano de 1944, tras el desembarco de Normandía, Albert Speer recibió la orden de construir otro bajo el jardín del edificio desde el que el Führer pudiera dirigir la guerra, aun en medio de los ataques aéreos más devastadores.
Tenía dos plantas de unos 20 por 11 metros; en la superior vivían el servicio, los ayudantes militares y las secretarias de Hitler y se hallaban la cocina, el comedor, los aseos y el trastero.Cuando Berlín quedó cercado, el Führer invitó a Joseph y Magda Goebbels a que se trasladasen a su refugio con sus seis hijos.
En la inferior se hallaba el piso de Hitler. También la central telefónica. Ésta era la mejor de Berlín y Hitler pudo comunicarse en cuestión de minutos con todos los frentes. Disponía, mediante antenas acopladas a un globo cautivo, de una instalación de radioteléfono de VHF.
El búnker tenía su propio generador eléctrico y de reservas de agua, de modo que nunca se vio afectado por los cortes originados por los bombardeos. Los cuartos de baño, la ventilación y la calefacción funcionaban bien, aunque la atmósfera siempre estaba demasiado cargada, la humedad era muy alta y el olor resultaba desagradable.
El conducto por el que penetraba el aire estaba equipado con filtros para impedir el paso de la mayoría de los gases conocidos.Tan seguro era el sistema que el propio Speer, que pensó eliminar a Hitler entre febrero y marzo de 1945 introduciendo un veneno por los respiraderos, hubo de desistir cuando éstos fueron elevados, de manera que resultaba imposible meter algo por ellos.
Pese a estas medidas de seguridad, Hitler tuvo inicialmente un terror cerval a quedar enterrado en aquel subterráneo. Cada vez que sonaba la alarma aérea bajaba malhumorado y dentro de aquella estructura, que vibraba a cada explosión de las bombas, palidecía de miedo. Ese peligro, no obstante, era mayor en la superficie, de modo que, a finales de febrero de 1945, comenzó a pasar las noches en el gran refugio, al que se terminó acostumbrando hasta establecerse permanentemente en él.
Hasta el 20 de abril, fecha de su último cumpleaños y del completo cerco de Berlín por los rusos, el búnker era un lugar muy frecuentado y resultaba normal hallar en su gran pasillo a numerosos militares y políticos aguardando ser recibidos por el Führer. Tras el cerco de la capital, las visitas fueron escasas y la vida dentro del refugio, tan rutinaria como especial.
Hitler se acostaba muy tarde, a las tres o cuatro de la madrugada, y se levantaba también muy tarde, entre las 10.00 y las 11.00 horas; el personal militar de la primera planta se acostaba en torno a la medianoche, terminada la última reunión de guerra de cada día, y se levantaba hacia las siete.
En aquella atmósfera enrarecida, en permanente compañía de sus más fieles colaboradores de última hora, Bormann y Goebbels, Hitler vivió sus dos últimos meses en un clima irreal, esperando victorias imposibles y emitiendo órdenes absurdas pero que, eso sí, costaron millares de vidas.
Pero los acontecimientos de los primeros años no pueden comprenderse a menos que se reconozca que en el periodo de 1930 a 1940, en la cumbre de su éxito, el F hrer logro persuadir a una gran parte de la nación alemana que en él encontraría un gobernante de cualidades sobrehumanas, un hombre de genio enviado por la providencia para conducir a los germanos a la Tierra Prometida.
Conclusión
Como conclusión podemos decir que el motivo central de la vida de Hitler y en la vida de las masa que lo siguieron era el miedo. Hitler estaba evidentemente y desde muy joven, bajo la presión de la angustia. Y nunca pudo expulsarla.
Primero fue el temor austro- alemán de ser racialmente oprimido, mas tarde, en Viena el temor del hijo de una familia de clase media a caer en la escala social. Pero existió también el miedo de una convulsión social mas amplia, cuyo aspecto mas visible es resumido en la expresión revolución industrial, el miedo a una era nueva y extraña anunciada por un proceso amplificado de emancipación.
Otras motivaciones del miedo pueden ser observadas mas tarde, después de la primera guerra mundial, en las masas pequeños- burguesas que se sentían igualmente amenazadas de descender en la escala social, mientras el sentimiento latente de vivir en una época de grandes crisis era confirmado por la visión de la revolución que partiendo de Moscú, procuraba conquistar primero a Alemania y después al mundo.
El éxito de Hitler se basó en buena parte en la capacidad de emplear su gran talento retórico para transformarse en el portavoz de esos temores y para transformar la atmósfera de pánico en agresión o por lo menos en un sentimiento de fuerza. Él proclamaba conocer el camino de la salvación, la manera de recuperar la honra y de estimular la grandeza. Hitler creció en el papel del "salvador".
Puede ser verdad que un movimiento de masas, fuertemente nacionalista, antisemítico y radical, podría haber surgido en Alemania sin un Hitler. Pero en cuanto se refiere a lo que realmente sucedió, las evidencias no dejan duda alguna acerca de que ningún otro hombre desempeño un papel remotamente comparable en la revolución nazi o en la historia del Tercer Reich como el desempeñado por Adolf Hitler.
Desde la remilitarizacion de la Renania hasta la invasión de Rusia, consiguió una serie de triunfos en la diplomacia y en la guerra que le proporcionaron una hegemonía sobre el continente europeo solo comparable con la de Napoleón en el apogeo de su fama. Si bien es cierto que esos triunfos no se habrían podido conseguir sin un pueblo y sin un ejercito dispuestos a servirle, fue Hitler quien aportó las dotes de dirección, el olfato para percibir las oportunidades, la audacia para aprovecharlas. Sus equivocaciones aparecen evidentes y su derrota inevitable, pero lo cierto es que se necesitaron los esfuerzos combinados de las tres naciones mas poderosas del mundo para quebrar su dominio sobre Europa.
El que su carrera acabase en fracaso, el que su derrota se debiese a sus propias equivocaciones, son cosas que no bastan para invalidar el título de Hitler al calificativo de grande. Esas facultades extraordinarias iban unidas a una egolatría perversa y estridente, a un cinismo moral e intelectual. Su carrera no constituye una sublimación sino un envilecimiento de la condición humana y su dictadura de doce años esta exenta de toda clase de ideales, salvo de uno: el extender cada vez mas su propio poderío y el de la nación con la que se había identificado a si mismo. Se ha dicho con frecuencia que solo en Alemania habría sido posible que subiese Hitler al poder. Se puede afirmar que en el desarrollo histórico de Alemania, se daban ciertas características favorables al desarrollo de un movimiento de esa clase.
Cuando se dice que los hombres hacen la historia, se concentra toda la culpa en un solo hombre y consecuentemente, se disculpa a la masa de seguidores y de aprovechadores.
Todo lo que es típico del nacional socialismo, todo lo que lo distingue de otros movimientos fascistas es impensable sin Hitler. Los hechos sin Hitler, sin el dinamismo y la inmensa energía que él imprimía a todo, así como desde el punto de vista moral del nuevo y desconocido barbarismo que él trajo. Sin Hitler, el nacional socialismo ni siquiera seria un movimiento de importancia semejante al del fascismo italiano, habría permanecido como una fuerza secundaria, como cualquier grupo extremista, no seria mas que un fenómeno periférico de la política.
Pero es preciso decir que no fue solo el pueblo alemán el que durante la década del 1930 prefirió no enterarse de lo que estaba ocurriendo. Los británicos y los franceses en Munich, los italianos socios de los italianos en el pacto de acero, los polacos que apuñalaron por la espalda a los checos por la cuestión de Teschen, los rusos que firmaron el pacto nazi sovietico para repartirse a Polonia... Todos ellos pensaron que podrían librarse de Hitler por el soborno o que podrían servirse de él para sus propias finalidades egoístas. No lo consiguieron.
Hitler fue, a decir verdad un fenómeno europeo tanto como un fenómeno alemán. En Alemania Hitler destruyó muchas estructuras superadas, liquidó las viejas clases. La modernidad que creó, o cuyo camino preparó, no correspondía a la imagen interna que lo inspiraba. Le gustaban la antigüedad clásica y el siglo XIX, pero para alcanzar sus objetivos, tenia que preparar el terreno de la modernidad. La guerra de conquista que orquesto desde el principio, así como la dominación de vastas áreas, exigía tanto un nuevo hombre, liberado del burgués del siglo XIX, como exigía también el estado industrial; moderno, funcionalmente estructurado, que Hitler detestaba. El no podía tener una cosa sin tener la otra.
Hitler veía con absoluta claridad su relación con Europa. Se rebeló contra el sistema, no precisamente en Alemania, sino en Europa, se rebelo contra el orden burgues-liberal, que para él estaba simbolizado por Viena, la ciudad que antaño lo había rechazado de sí. Como sea, él destruyó tanto la vieja Alemania como la vieja Europa. Pero también consiguió que casi todos sus temores se realizasen. Aceleró fuertemente la ascensión de la era democrática e igualitaria contra la cual luchó con desesperada energía, apresuro también el fin de la división entre naciones gobernadas y naciones esclavizadas, volvió posible la creación del Estado de Israel y acerco a Europa a la Rusia soviética, la misma que quería expulsar mas allá de los urales. Y finalmente, termino por destruir el mundo burgués que había simultáneamente odiado y admirado.
Su misión, la misión en que ni un solo instante dejo de creer, era destruir todo eso y en ese propósito, el mas hondamente sentido de todos los suyos, no fracaso.
Bibliografía
• Mein Kampf (traducción inglesa por James Murphy. Londres 1935).
• My New Order (Discursos de Hitler 1922- 1941. Editado por el conde Raoul de Roussy de Sales. New York 1941).
• Hitler, Adam Bullock.
.David Solar es director de la revista «La Aventura de la Historia» y autor del libro «El último día de Adolf Hitler», recién publicado por La Esfera
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